Dani Pedrosa rara vez exagera. Fue así cuando corría y lo sigue siendo ahora que observa desde fuera. Su manera de analizar el motociclismo es tan precisa como su pilotaje lo fue durante más de una década en la élite. Por eso sus palabras sobre Marc Márquez, a las puertas del Gran Premio de Cataluña, tienen un valor especial. “Lo que más me impresiona es cómo gestiona las expectativas. Cuando gana todas las carreras, tiene que calmar la presión de los medios de comunicación, que piensan que siempre va a ganar. Para mí, este aspecto es impresionante”.
La frase dice más de lo que parece. Márquez no solo está arrasando en la pista con una temporada de dominio absoluto, también está librando una batalla menos visible: la de mantener bajo control una presión que se multiplica cada vez que la victoria se convierte en costumbre. Ganar un domingo es difícil. Ganar diez seguidos lo es todavía más. Pero lo más complicado es no dejar que esa racha se convierta en un peso insoportable. Ahí, según Pedrosa, reside gran parte del mérito del #93.
Barcelona añade un matiz aún más interesante. Márquez siempre ha sido honesto al reconocer que Montmeló es un circuito complicado para él, una pista que nunca le resultó tan natural como Sachsenring o Austin. Pedrosa lo refrendó en DAZN: “Creo que es más complicado para él. Puede que nosotros desde fuera no veamos esa dificultad, o puede que él la supere, pero para él sin duda es un circuito más difícil”. El detalle es revelador. Correr en casa, frente a decenas de miles de aficionados, suele interpretarse como una ventaja. Para Márquez, sin embargo, Montmeló es un lugar de heridas abiertas, un escenario donde sus triunfos han sido menos frecuentes y donde el margen de error, con la grada pendiente, pesa todavía más.

El elogio de Pedrosa toca un punto que a menudo se subestima: la gestión de la narrativa. En el paddock se da por hecho que Márquez saldrá a ganar, pero el propio piloto tiene que lidiar con el recuerdo de cada carrera previa en Cataluña, con el rumor de que allí su magia se resquebraja, con la expectativa amplificada de los suyos. Mantener la calma en ese contexto es casi tan importante como clavar una trazada.
Pedrosa, que vivió en carne propia la presión de correr en Montmeló como local, sabe que el ruido externo puede ser ensordecedor. En 2008, cuando él era el gran referente español, sintió el peso de los titulares que hablaban de obligación más que de oportunidad. Por eso destaca la serenidad de Márquez: porque ganar todo y seguir aparentando que nada cambia es un ejercicio de control mental extraordinario.
El otro nombre que aparece en el discurso de Pedrosa es Pedro Acosta. El murciano viene de su mejor momento de forma, con podios consecutivos y la sensación de haber dado un paso de madurez tras su operación de síndrome compartimental en primavera. Pero para Pedrosa, todavía hay un matiz que lo separa de Márquez: “Marc todavía tiene algo más. Quizá no inmediatamente, pero en la gestión de la carrera y de los neumáticos sí. Si Pedro hubiera salido en primera fila, quizá podría haber estado más cerca de él”.
La observación encierra dos verdades. La primera, que Acosta ya rueda en la órbita del campeón, capaz de seguirlo en ritmo y de incomodar a las Ducati oficiales con su KTM. La segunda, que la diferencia crucial sigue estando en la experiencia. Márquez sabe cuándo forzar y cuándo esperar, cómo estirar un neumático hasta el último giro, cómo convertir cada detalle en una ventaja acumulada. Esa capacidad no se hereda ni se improvisa: se gana carrera a carrera, y es el terreno donde Acosta está todavía en construcción.
El testimonio de Pedrosa conecta pasado, presente y futuro. Habla de un Márquez que sigue siendo el referente absoluto, incluso en un circuito donde él mismo admite dificultades. Habla de un Acosta que ya corre con la madurez de un veterano, pero al que aún le falta el pulso invisible de la gestión total. Y, sobre todo, habla de la mente como el campo de batalla definitivo. Porque al final, como bien sabe quien fue apodado “el Samurai”, el motociclismo de élite no se gana solo con potencia o trazadas: se gana con la capacidad de sostener la presión, de reescribir expectativas, de domar tanto la moto como el contexto que la rodea.
En Montmeló, Márquez se enfrenta otra vez a esa ecuación. No es solo la pista la que lo pone a prueba, es la historia que lo acompaña cada vez que corre en casa. La pregunta no es si podrá ganar otra vez, sino si será capaz de hacerlo sin que la carga de lo inevitable lo desestabilice. Dani Pedrosa cree que sí. Y si alguien conoce el precio de esa calma en medio del ruido, es él.