Hay lugares en el mundo del deporte que trascienden la geografía y se convierten en símbolos. En MotoGP, la última curva de Montmeló es uno de ellos. Una frenada que parece no tener fin, un viraje en bajada donde se agotan las posibilidades y donde, una y otra vez, se han decidido carreras que luego se recuerdan como temporadas enteras.
El Gran Premio de Cataluña llega este año con Marc Márquez convertido en el hombre del momento, dueño de una racha que roza lo imbatible y con la opción de dar el penúltimo golpe al campeonato ante su gente. Pero incluso en un escenario tan marcado por la inercia de su dominio, esa última curva mantiene intacta su mística. Porque si algo ha enseñado Montmeló es que allí nada está decidido hasta que el semáforo se apaga por última vez.
Basta recordar 2009. Valentino Rossi y Jorge Lorenzo se jugaron la victoria en una batalla que aún hoy define a una generación. Lorenzo había superado a Rossi y encaraba la última vuelta como favorito. En la penúltima curva resistió el ataque. Pero en esa frenada interminable, Rossi se inventó un adelantamiento imposible por dentro, una maniobra que nadie esperaba y que cambió no solo la carrera, sino la narrativa de su rivalidad. Esa curva se convirtió en un mito desde entonces.
Márquez también ha intentado escribir allí sus capítulos. En 2016, en un clima enrarecido por las tensiones con Rossi, el de Cervera llegó emparejado con su viejo ídolo en las últimas vueltas. Esta vez fue él quien cerró la puerta y se llevó el triunfo, demostrando que la curva podía dar gloria a distintos nombres, pero siempre con la misma dosis de riesgo.

La lista de episodios es larga: Lorenzo defendiendo hasta el límite, Pedrosa probando líneas distintas, incluso Rossi en sus últimos años intentando revivir la magia de 2009. Todos ellos sabían que, si llegaban juntos al último giro, el destino se decidiría en esa curva. Pocas pistas en el calendario tienen un punto tan reconocible, tan cargado de dramatismo.
La curva final de Montmeló no solo exige valentía. Es un ejercicio de cálculo y psicología. Frenar tarde es casi una obligación, pero hacerlo demasiado significa perder la trazada y dejar la puerta abierta en la aceleración hacia la recta. Es un equilibrio imposible que, bajo la presión de miles de aficionados agitando banderas, multiplica cada error. Quien adelanta allí no solo vence al rival, también vence al miedo.
En 2025, esa curva vuelve a presentarse como un escenario de posibilidades. Márquez llega con la autoridad de quien parece no necesitar milagros, pero Pedro Acosta ha demostrado en Hungría que tiene la audacia para intentar cualquier cosa. Bezzecchi ya sabe lo que es resistir a Márquez durante medio gran premio, y Bagnaia, aunque en crisis, podría encontrar en Montmeló el lugar donde redescubrir la confianza. Todos ellos conocen la ley no escrita: si entras pegado en la última curva, aún tienes una bala en la recámara.
Más allá de los cálculos de campeonato, Montmeló recuerda que el motociclismo no vive solo de la aritmética. Vive de instantes que quedan congelados en la memoria. Una curva, un adelantamiento imposible, un rugido en las gradas. Rossi lo sabía en 2009, Márquez lo confirmó en 2016. Ahora, en 2025, esa última curva espera a su próximo protagonista. Porque en Cataluña, más que en ningún otro lugar, la carrera no termina hasta que la moto cruza la línea, y lo imposible sigue estando a un giro de distancia.