En el box de Aprilia, Jorge Martín se quitó el casco y las lágrimas aparecieron casi sin aviso. No eran de rabia ni de frustración, sino de algo más complejo: el alivio de sentir, por primera vez en muchos meses, que había vuelto a pilotar como el campeón que fue. Había terminado cuarto en Balaton Park, a un paso del podio, y ese resultado —que a otros les parecería discreto— para él fue un triunfo íntimo.
Martín es el vigente campeón del mundo. En 2024 conquistó el título con Ducati Pramac, en una temporada de duelos eléctricos que lo consagraron como uno de los grandes nombres de su generación. El salto a Aprilia en 2025 debía ser la confirmación de ese estatus: un campeón llevando a una fábrica ambiciosa al siguiente nivel. Pero la realidad ha sido otra.
Su año está marcado por caídas, lesiones y domingos en los que la moto no respondía como debía. El contraste con el presente de Marc Márquez, dominador absoluto del campeonato, ha hecho que su reinado parezca lejano, casi olvidado. Y sin embargo, en Hungría, entre remontadas y adelantamientos, Martín reencontró por momentos a ese piloto que un año antes había conquistado el mundo.
El llanto en el box lo explica mejor que cualquier tabla de resultados. Ser cuarto en una carrera dominada por Márquez y con Acosta y Bezzecchi en el podio no significa mucho en términos de puntos. Pero sí significó recuperar sensaciones. Recordar lo que se siente al rodar rápido de verdad, al mantener un ritmo sólido vuelta tras vuelta, al sentirse capaz de pelear con la élite.

La resiliencia es una palabra usada con frecuencia en el deporte, pero pocas veces se entiende en su verdadera dimensión. Martín la está encarnando en 2025. No se trata de ganar cuando todo fluye, sino de no quebrarse cuando todo se tuerce. De seguir creyendo, incluso cuando el cuerpo duele, la moto no ayuda y la narrativa ya no lo coloca como protagonista.
MotoGP ha visto muchos campeones que se difuminaron tras la cima. Otros, como Lorenzo o incluso Stoner, tuvieron dificultades para reinventarse cuando el viento sopló en contra. Martín parece decidido a recorrer otro camino: asumir el dolor, aceptar la sombra y trabajar desde ahí. Su cuarto puesto en Hungría fue, en realidad, una victoria emocional.
No es solo un resultado aislado. Fue el reflejo de meses de sacrificio, de un cuerpo castigado que vuelve a responder, de un equipo que empuja para que Aprilia siga creciendo. Fue también la prueba de que ser campeón no significa estar protegido de la derrota, sino estar preparado para soportarla y volver.
En el box, mientras las lágrimas aún corrían, Martín lo sabía: lo que construya en este año duro será el cimiento de lo que vendrá después. La resiliencia no da puntos, pero da futuro. Y ese, al final, puede ser el mayor legado de su temporada más complicada.