Tres motos en plena inclinada, un mar de rojo que lo invade todo y, de fondo, la cuadrícula infinita del Eixample barcelonés atravesada por símbolos florales. El póster oficial del Gran Premio de Cataluña parece, a simple vista, una pieza de diseño urbano. Pero en realidad es mucho más que un cartel promocional: es un espejo del momento que vive MotoGP y de la forma en que Barcelona y Montmeló se entrelazan en un relato compartido.
El rojo lo domina todo, como si Ducati hubiera tomado no solo la parrilla, sino también la iconografía del campeonato. Dos Desmosedici en plena acción refuerzan esa impresión: el color que simboliza pasión y velocidad es también el color del presente absoluto del Mundial. Son 45 grandes premios consecutivos con Ducati venciendo en 41 de ellos, una hegemonía que apenas encuentra comparación en 77 años de historia. El póster no lo dice con palabras, pero lo grita en su estética: el campeonato hoy se lee en clave roja.
Frente a ese océano, apenas una nota disonante: el azul de Yamaha, representado en el cartel por Fabio Quartararo. Es un contraste deliberado. La fábrica de Iwata, que prepara su transición al motor V4, aparece como resistencia simbólica en medio del monopolio visual. No es casualidad: el azul aporta el contrapunto necesario, un recordatorio de que MotoGP sigue siendo un espacio de lucha, incluso cuando las cifras parecen decidirlo todo de antemano.
Pero el póster no solo habla de marcas. Habla también de una ciudad. El fondo es el Eixample, el plan urbanístico que Ildefons Cerdà diseñó en el siglo XIX para ordenar Barcelona en una cuadrícula perfecta de manzanas octogonales. Ese entramado, tan reconocible desde el aire, se convierte aquí en lienzo para la carrera. Entre sus calles se dibujan los famosos mosaicos florales que pavimentan las aceras barcelonesas, la “flor de Barcelona” que se ha convertido en símbolo cultural de la ciudad. El mensaje es claro: el Gran Premio no es solo Montmeló, es también Barcelona, con su identidad modernista y su orgullo urbano.

La estética elegida refuerza esa idea. El póster tiene un aire de mural o de cómic, con colores saturados y un trazo casi gráfico, alejado de la fotografía tradicional. Es MotoGP narrado como cultura visual, un lenguaje que conecta con públicos que quizá no saben lo que es una curva a derechas en el Circuit de Barcelona-Catalunya, pero sí entienden la fuerza de un símbolo urbano integrado en el arte de un cartel.
La elección del póster no es inocente. Llega en un momento en el que Marc Márquez, el gran icono local, puede acercarse al título más arrollador de su carrera. Llega en un campeonato teñido por el dominio de Ducati, donde cada victoria se celebra como costumbre más que como excepción. Llega también con Pedro Acosta convertido en la gran promesa española, capaz de desafiar a los gigantes desde una KTM que corre más rápido de lo que debería. Todo ese contexto late detrás de la imagen, como si cada trazo llevara inscrito el peso de la actualidad.
El cartel del GP de Cataluña no busca neutralidad. Es una declaración estética y cultural: Ducati en rojo, Yamaha en azul, Barcelona como tablero. El espectador que lo contemple en el metro de la ciudad, o en las vallas del circuito, no verá solo tres motos inclinadas. Verá a una ciudad que acoge un evento global con símbolos locales, y a un campeonato que se mira al espejo en su momento más extremo de dominio.