En el box oficial de Ducati, los gestos lo dicen todo. Davide Tardozzi, uno de los hombres fuertes de Borgo Panigale, lo reconoció sin rodeos tras otro fin de semana para olvidar en Montmeló. “Es una situación muy, muy difícil. Pensábamos que tras Hungría había un paso adelante, pero ahora entendemos que el problema es más grave que antes. Lo único que podemos hacer es intentar recoger datos, ajustar lo que se pueda y sumar puntos”. Y su mensaje final a Pecco Bagnaia sonó más a súplica que a análisis técnico: “Que disfrute de la moto, como cuando está en Misano con su Panigale. Que dé vueltas sin pensar demasiado. No tenemos nada más que hacer en lo técnico. Tiene que volver a encontrar el placer de su trabajo y de su vida”. No es una frase cualquiera. En MotoGP rara vez un director de equipo habla en términos tan humanos. Que alguien como Tardozzi mencione la palabra “vida” en medio de un análisis deportivo significa que lo de Bagnaia trasciende lo puramente técnico. Es la confesión pública de que el bicampeón atraviesa un bloqueo más profundo: el de un piloto que ya no se reconoce en su propia moto, que ha perdido esas sensaciones que lo llevaron a lo más alto y que ahora parece atrapado en un círculo de dudas.
«Tiene que volver a encontrar el placer de su trabajo y de su vida”
Davide Tardozzi
El trasfondo de esta caída libre arranca en 2024. Bagnaia ganó once carreras ese año, una cifra que en cualquier otro contexto bastaría para coronarse campeón del mundo sin discusión. Sin embargo, ni siquiera fue suficiente. Jorge Martín se coronó en Barcelona, en una temporada que dejó cicatriz. Pecco lo reconoció entonces: Barcelona era la pista que más le había enseñado a terminar carreras, un recordatorio de que a veces llegar a meta suma más que arriesgar. Aquella lección, sin embargo, parece haberse enquistado. Bagnaia conduce con cautela, evita caídas, pero también evita el límite. No se cae porque no arriesga, y no arriesga porque no se siente capaz. Un campeón que no vive en el filo difícilmente puede ganar.
La llegada de Marc Márquez en 2025 al box de Ducati ha terminado por agrandar la grieta. El ocho veces campeón del mundo encontró desde el primer test una conexión inmediata con la GP25. Sus victorias dobles en sprint y carrera se cuentan de forma consecutiva y su dominio ha devuelto a Ducati la imagen de hegemonía incontestable. Mientras tanto, en el otro lado del garaje, Bagnaia se hunde con la misma moto. El contraste es brutal: en un lado, sonrisas, récords y celebraciones; en el otro, gestos de frustración y clasificaciones impropias de un bicampeón del mundo. En Montmeló firmó su peor resultado en años, vigesimoprimero en la parrilla y después sin ritmo en carrera, muy lejos de cualquier expectativa. Y lo más doloroso es que Fabio Di Giannantonio, con idéntico material, sumó su segundo podio consecutivo en sprint, mientras Álex Márquez, con la “vieja” GP24, marcha segundo en el campeonato. Si la moto de 2025 fuera realmente un desastre, nadie debería brillar con ella. Y, sin embargo, Marc arrasa, Diggia aún siendo un piloto irregular a veces consigue buenos resultados y Pecco se pierde en el fondo de la tabla.
Gigi Dall’Igna lo explicó con frialdad: “La GP25 es una evolución de la GP24. Ni siquiera eso: es un conjunto de piezas que transforman una en otra. El motor es ligeramente distinto, pero por fiabilidad, no por rendimiento. Las diferencias son muy pequeñas, esa es la realidad”. Es decir, la moto no justifica el abismo. No hay un salto técnico que pueda explicar semejante caída de prestaciones. Lo que está ocurriendo con Bagnaia se mueve en otro terreno, menos medible, más difícil de resolver: la confianza. El piloto que hasta hace poco parecía imperturbable en la pelea rueda a rueda se ha convertido en un hombre que duda, que no encuentra la manera de desbloquearse. Y Ducati, consciente de ello, ya ha dejado de buscar respuestas en la telemetría para empezar a buscarlas en la mente.
El mensaje de Tardozzi lo revela con claridad. No le pide que afine una trazada ni que trabaje un setting. Le pide que disfrute. Que recupere el placer de pilotar, que encuentre de nuevo la alegría que lo convirtió en campeón. Que deje de cargar con la presión de los resultados, con la comparación constante con Márquez, con el peso del box oficial. Que vuelva a sentir esa ligereza con la que se corre en Misano con una Panigale de calle. Solo así, parecen decir en Ducati, podrá reconstruirse. Pero esa frase también deja entrever la magnitud del problema: cuando un equipo se ve obligado a recordarle a su piloto estrella que disfrute de la vida, es porque todo lo demás ya se ha intentado sin éxito.
La situación es demoledora. Bagnaia arrastra la cicatriz de haber perdido un título pese a ganar once carreras, carga con el shock de compartir box con uno de los mejores de la historia en su mejor momento y sufre el desgaste de no encontrar sensaciones en una moto que todos los demás desean tener. El contraste lo devora, y en Ducati lo saben. Por eso ya no hablan de piezas ni de configuraciones, sino de volver a encontrar la chispa. Porque sin ella, ni la mejor moto del mundo basta para ganar.