Fabio Quartararo no es un piloto que viva en el ruido. Nunca ha sido el más histriónico de la parrilla ni el que busque llamar la atención fuera del asfalto. Su mensaje es simple, directo y tremendamente poderoso: hablar con el puño derecho sobre el gas, con la rodilla rozando el piano y con la cabeza gacha en las rectas. Y quizás por eso, en un momento en el que la Yamaha parece condenada a ser apenas un actor secundario de MotoGP, Fabio se ha convertido en algo más que un piloto: es el recordatorio de que el talento puro siempre encuentra la forma de expresarse, incluso cuando el escenario se le pone en contra.
El francés vive una situación que recuerda, aunque con matices, a lo que Marc Márquez experimentó en sus últimos años con Honda. En el caso del español, la historia venía marcada por un cuerpo castigado por operaciones y una moto en caída libre en términos de desarrollo. En el de Fabio, el físico responde, pero la máquina lo lastra. Aun así, en ambos hay un denominador común: la capacidad de seguir brillando en medio de la tormenta. Esa habilidad de exprimir cada oportunidad, de convertir un quinto puesto en algo que sabe a victoria, de hacer cuatro poles esta temporada, varias primeras filas en parrilla, de sacar partido de un prototipo que, sobre el papel, no debería estar ni cerca de los podios.
Lo que impresiona de Quartararo es su manera de sostener el hambre. No hay nada más demoledor para un piloto que sentirse impotente, ver cómo otros, con motos más equilibradas, más veloces, más dóciles, mejores, escapan en cada recta. Sin embargo, el francés se aferra a cada curva, encuentra su espacio en el caos y resiste. Y esa resistencia es lo que lo convierte en un talento diferente.
Hay algo muy humano en verle competir así. Quartararo transmite la sensación de un atleta que no necesita excusas ni discursos para justificar su realidad. Su discurso es sencillo: la moto no está al nivel, pero él sí lo está. Y mientras otros podrían caer en la resignación, Fabio parece encontrar en la adversidad una motivación distinta, un modo de desafiar el destino.
Quizás ahí está la clave: Quartararo es un piloto de luz en un momento de oscuridad en la marca japonesa. No necesita victorias constantes para demostrarlo. Lo hace cada fin de semana en el que consigue llevar la Yamaha más allá de lo razonable, en cada clasificación donde rescata un giro milagroso, en cada carrera en la que se defiende con uñas y dientes ante prototipos muy superiores. Y en ese sentido, se ha ganado un espacio simbólico en la parrilla: el de recordarnos que el talento no entiende de estadísticas, ni de cronómetros, ni siquiera de reglajes.
Fabio nos devuelve esa imagen del piloto que trasciende la moto que conduce. Y en un campeonato tan tecnificado, tan condicionado por la aerodinámica, las holguras de potencia y el desarrollo continuo, esa pureza tiene un valor incalculable. Quartararo es, sencillamente, un piloto especial. Y a veces, cuando el brillo de los que ganan lo ilumina todo, conviene mirar hacia quien, desde las sombras, sigue recordándonos por qué amamos este deporte.
El verdadero aficionado al deporte, y en este caso a moto GP, es el que ve más allá del podio, y tiene ojos para los que corren en el gran grupo, los que poniendo alma y pericia ven pasar como rayos, máquinas, para ellos, inalcanzables.