Pecco Bagnaia aterriza en Montmeló con una sonrisa que este año no siempre le ha acompañado. La tercera posición en la clasificación general le recuerda que sigue siendo competitivo, pero el contraste con la temporada anterior —con más victorias, más caídas y un título perdido en la última curva del campeonato— da forma a una paradoja que él mismo reconoce con cierta ironía: “Definitivamente, no tener la confianza adecuada sobre la moto no me permite empujar al 100%, me limita a la hora de poder explotarla. Entonces está claro que en términos de resultados preferiría caerme más pero ganar once carreras”.
El turinés ha aprendido en carne propia que acabar carreras no siempre equivale a disfrutarlas. Barcelona, de hecho, le trae recuerdos imborrables: aquella caída en la Sprint del año pasado, cuando marchaba líder y perdió doce puntos que, según admite, pudieron costarle el título frente a Jorge Martín. “Es la pista que más me ha enseñado a terminar las carreras”, reconoce. Esa herida sigue abierta y convierte al GP de Catalunya en una prueba de madurez tanto como de velocidad.
Lo curioso es que Bagnaia no habla de grandes revoluciones técnicas, sino de milímetros, de ajustes invisibles para cualquiera que no sea piloto. En Hungría, un cambio en la puesta a punto de apenas dos centímetros supuso lo que él llama un “reseteo”: “Por fin volví a pilotar mi moto y estaba contento”, explicó. En esas décimas de sensaciones se esconde la diferencia entre sentirse arrastrado por la Ducati o, como él mismo dice, poder “gestionar mejor el acelerador, el consumo y hasta adelantar con naturalidad”.

El discurso transmite dos mensajes. El primero, que Bagnaia ha estado toda la temporada buscando confianza más que velocidad. El segundo, que ese giro técnico en Balaton podría marcar un punto de inflexión. “Lo cierto es que cuando he estado solo en la pista siempre he sido competitivo. El problema llegaba los sábados, en clasificación, y luego en carrera me resultaba imposible seguir a los demás. En la última carrera pude hacerlo, y eso me da motivos para pensar que estamos en otra dirección”, aseguró.
El piloto no esconde que la decisión fue casi desesperada, un salto hacia atrás para recuperar sensaciones del pasado: “Siempre es un paso desesperado cuando intentas marcar una gran diferencia. Habíamos probado soluciones intermedias, y ahora entiendo que nunca funcionan. Era momento de arriesgar”. En otras palabras: más vale arriesgar y volver a sentirse piloto que seguir encajado en una moto que no responde.
Bagnaia encara ahora un tramo de temporada donde Barcelona, Misano y Asia medirán hasta qué punto ese ajuste ha sido un espejismo o el inicio de un camino real. El trazado catalán, con su bajo nivel de grip, obliga a un ejercicio extremo de sensibilidad, casi quirúrgico. Si el cambio realmente funciona, debería reflejarse allí. Si no, Bagnaia volverá a ser un piloto atrapado en un 2025 que lo ha visto competitivo, sí, pero lejos de esa versión arrolladora que acumuló once victorias hace apenas un año.
Con su habitual sinceridad, el vigente campeón no busca excusas. “En los tests de invierno Marc y yo dimos la misma respuesta: las sensaciones eran buenas. Los problemas llegaron después, a partir de Tailandia. No era fácil verlos en entrenamientos, pero en carrera siempre me faltaba algo”. Esa falta de algo se ha convertido en el hilo conductor de su temporada. Y ahora, en Montmeló, tendrá la oportunidad de comprobar si lo ha encontrado.